Armar un campo para cultivar arroz es casi como encarar una obra civil: se necesita maquinaria pesada para hacer movimientos de suelo; hay que estudiar el terreno y determinar las curvas de nivel sobre las cuales se montarán las taipas; es preciso excavar grandes canales o valetones, más otros secundarios, por los que se traslada el agua; y también instalar enormes bombas a la orilla del río para poder regar el cultivo. Estas y otras tareas significan un importantísimo desembolso de dinero, razón más que obvia para entender por qué los pequeños productores de la costa santafesina se mantienen al margen de la actividad.
Sin embargo las cosas empiezan a cambiar. Gracias a un proyecto conjunto del que participan
Todo un descubrimiento
“Es la primera vez que hago arroz y la verdad que me gustó muchísimo; sobre todo porque se adapta a mi modo de trabajar”, se entusiasma Néstor José Leones, presidente de
Durante meses, él y otros cuatro pequeños productores, junto a sus esposas e hijos, se arremangaron los pantalones para meterse en el barro una y otra vez. Primero para preparar el terreno; luego para sembrar los plantines y finalmente para levantar la cosecha. Y todo en forma artesanal, con palas de punta, plantando a mano y segando las plantas con una hoz.
Igual que Leones, Lucía Gaitán no sabía nada de arroz. Si hasta se sorprendió cuando vio que donde había sembrado un grano crecieron muchas plantas juntas, por lo que pensó “a alguien se le escapó un puñado de semillas acá”. Más tarde aprendió que las plantas macollan, generando varios tallos de un mismo ejemplar.
Lucía vive junto a su madre, 5 hijos y 3 nietos en dos hectáreas ubicadas en Colonia Criolla. Los ingresos, y la comida, surgen de su huerta, de la venta de pan casero y de los dulces que elabora con frutas autóctonas como el Ñangapirí (igualmente conocida como Pitanga o Cereza de Cayena). También cría 3 lecheras y un toro, pero piensa en reducir el rodeo para agrandar el espacio de los frutales “porque el dulce se vende bien, principalmente a los turistas”.
Lucía ya se asoció con una compañera que le ofreció trabajar media hectárea de arroz entre las dos. “Este año sembramos para semilla, pero estamos viendo —por los resultados— que vamos a tener que elaborar algo; además tiene muy buen precio, así que vamos a sacar nuestro dinerillo”, se entusiasma, mientras deposita las espigas recién cortadas en camas de lona para que se sequen al sol antes de trillarlas.
Amigo del medioambiente
La iniciativa se conoció el año pasado como “arroz agroecológico”, aunque Leones prefiere denominarlo “biodinámico” porque así se comprende mejor que el objetivo es producir en armonía con el medio ambiente. Remo Vénica y
Lógicamente, el proyecto se plantea a largo plazo. Por el momento transitan la etapa de reproducción de semilla, que a su vez es también de aprendizaje en el manejo artesanal del cultivo. El objetivo “es tratar de meter entre los productores la idea de que se puede sembrar arroz, porque hay métodos apropiados para cada uno”, precisó el titular de Asopepro.
El tipo de laboreo, a pesar de ser rústico, “da muy buenos resultados” y con costos muy bajos. Quizás un desafío sea la inundación, que requiere infraestructura “pero es solucionable”, sobre todo porque hay ventajas, como la red eléctrica para el funcionamiento de las bombas. Al menos así lo entiende el director técnico de la experiencia y titular de la delegación local del Ministerio de
Como la idea es no utilizar agroquímicos, la fertilización se resolvió utilizando un fermento de melilotus y aromo. Y para controlar las malezas, basta con un adecuado manejo de la inundación.
Asimismo, la genética también hace su aporte. “Esos genes antiguos le están dando una sanidad que no la tenemos en las variedades modernas”, confiesa Vicino. A su entender, las especies tradicionales responden bien a la inundación aunque también tienen aspectos que mejorar, sobre todo los tallos largos y delgados que son susceptibles al vuelco.
Con otro valor
De los 6.000 o 7.000 kilos que puede rendir una hectárea, se obtienen 4.000 kilos de arroz elaborado, suficiente para abastecer a varias familias durante el año, ya que el consumo promedio percápita en el país oscila entre 7 y 8 kilos anuales. “Y si podemos elaborar ese arroz con molinos propios, o con una descascaradora casera, se lo puede tener acopiado en cáscara para ir elaborándolo a medida que lo necesitan para el consumo”, aportó Vicino. A su vez, como los pequeños productores hacen feria podrían trocar el excedente por otros productos o bien comercializarlo en forma tradicional como arroz integral.
Ya que la propuesta es producir a pequeña escala, con la premisa del autoconsumo, al momento de buscar mercados el especialista resalta la características diferenciales del producto: la no utilización de agroquímicos e incluso las propiedades de algunas variedades, como la aromática, que se distingue por la fragancia a canela que despide el grano una vez cocido.
Sin embargo los pequeños productores tienen otra forma de pensar el concepto de “valor agregado”. Entre las familias campesinas de Asopepro, todas las actividades se hacen para consumo propio y se comercializan sólo si hay excedentes. “Por lo tanto vendemos cosas de alto valor, porque lo hacemos para comer nosotros”, se enorgullecen.
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