Es que cuando para el segundo semestre, verdadero momento fuerte de este grano que se cosecha en abril-mayo pero que, mayoritariamente, se destina a la industria aceitera, por lo que ya procesado se lo comienza a exportar en agosto/septiembre, recién muchos caerán en la cuenta que, en realidad, más que un país “soja-dependiente”, lo que hay es un “gobierno soja-dependiente”.
La brutal caída de la producción, de alrededor de 40% que en buena parte fue causada por la sequía, pero también por la menor tecnología utilizada en el cultivo, determinó una de las menores cosechas de la última década y media ya que, con apenas alrededor de 30 millones de toneladas se volvió a los volúmenes de los tempranos ‘90, cuando la política de Carlos Menem intentaba recuperar parte de lo perdido en el segundo quinquenio de los ’80, especialmente hacia fines de
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Pero hay un dato mucho más grave ya que, desde que comienza la producción sistemática de este cultivo, hace ya poco más de 30 años (aunque la estadísticas oficiales se remontan al ciclo 41/42), la producción solo había caído en el 86/87 y en el 88/89, y todos recuerdan muy bien el porqué. La perfomance vuelve a repetirse ahora, durante la gestión de Néstor Kirchner-Miguel Santiago Campos cuando se da un nuevo, inédito, retroceso en la producción, durante la campaña 2003/04, que luego se repite en la ‘07/08, ya bajo el mandato de Cristina Fernández. Sin embargo, nada tan dramático como la última campaña (08/09), cuando el malestar y el desconcierto de los productores por el desgaste y el manoseo impuestos por la política oficial, más la cuestionada Resolución 125, se sumaron a las malas condiciones climáticas para determinar los malos resultados ya mencionados.
El hecho no es menor si se considera que el complejo aceitero constituye el principal sector exportador unitario argentino, y el recorte de la producción, a precios de hoy, va a significar la friolera de U$S 18-20.000 millones menos de ingreso de divisas por exportaciones, y el recorte de más de U$S 6.000 millones por caída de recaudación fiscal por las retenciones que no se van a percibir.
Pero si esto es extremadamente grave para el país, y más todavía para el propio Gobierno que aún no se sabe con que va a sustituir los ingresos que le aportaba el denostado grano, no lo es menos para la industria aceitera y también para los productores.
En el caso de estos últimos, porque mayoritariamente enfrentan pérdidas productivas inconmensurables que, en el mejor de los casos, les permitirán “salir hechos”, o con ganancias mínimas. La mayoría, sin embargo, enfrenta quebrantos que, en algunos casos, llegan a la pérdida total de lo invertido en el cultivo. Los que lograron algún volumen, a su vez, pueden ser compensados parcialmente con las subas internacionales que está registrando la soja debido, justamente, al fracaso de la cosecha local. Tendrán menos, pero a mejores precios.
La situación de la industria aceitera es muchísimo más grave.
Aparentemente, habiendo caído finalmente también “en desgracia” frente al Gobierno, con las importaciones temporarias de Paraguay suspendidas, y una cosecha magra que los va a obligar a competir por los escasos lotes que los productores van a sacar a la venta con “cuentagotas”, los aceiteros hoy ya hacen cuentas de cual va a ser la magnitud de las pérdidas que enfrentan, aunque acuerden precios entre la medida docena de fábricas más importantes del país. Igual, el costo de tener el 50% de la capacidad instalada ociosa, es casi imposible de disimular en cualquier balance.
Así las cosas, lejanas aparecen las épocas en que con 3-4 contratos se podían marcar el nivel de precios del mercado local. Hoy, aunque jaqueados también por las deudas, son los productores los que aparecen en una situación algo menos exigida.
Como en la perinola: “todos pierden” aunque, tal vez, tratando de ser positivos, el hecho sirva para sacar unas cuantas enseñanzas. Para los productores, sobre la necesidad de participar más de sus organizaciones, profesionalizarlas, y de los mercados, y no solo con coberturas, sino también controlando y exigiendo transparencia y libre competencia. Para la industria, enterándose que no todo se soluciona con el “lobby de pasillos” (de Economía, por supuesto), y que es fundamental la integración de la cadena, y organizaciones realmente fuertes y mostrables, si se quieren defender las fuertes inversiones sectoriales que ya existen, y las que deberán venir. No hay salvataje individual, solo ganancias coyunturales.
Y finalmente el Gobierno que, aunque “forzó” con su política de manoseo de mercados y precios, el desbalance de cultivos obligando a los productores a volcarse masivamente hacia la oleaginosa, cayendo en una riesgosa “sojización”, y que sigue sin reconocer que fue causada por ellos mismos, tal vez ahora se entere que hay algo peor aún. O sea, hay algo más negativo que tener solo soja. Y es, no tenerla.
Fuente Susana Merlo- Campo 2.0- InfoCampo