En efecto, si bien dentro de los grandes segmentos de actividad (como el de frutas, hortalizas, vid u olivos) los resultados anuales pueden ser dispares y alternativamente positivos, neutros o negativos según el año, hay denominadores comunes y factores determinantes de ese resultado, cuyo peso se acentúa -campaña tras campaña- al punto de marcar una tendencia que, de no actuarse a tiempo, va a desembocar en situaciones irreversibles.
La crisis mundial sólo vino a poner en riesgo las posibilidades de muchos de «seguir tirando» un año más. Pero nada más que eso. Así como la devaluación del 2002 (aunque en este caso en sentido positivo) aportó una cuota importante de oxígeno y favoreció el despegue de varios sectores que venían muy desacomodados.
De manera que, lo que disimuló la competitividad esencialmente cambiaria tras la crisis argentina de los ’90, lo disimuló ahora el estallido del mercado subprime de préstamos hipotecarios en Estados Unidos, cuando las ventajas dadas por un tipo de cambio favorable para la producción nacional venían en un proceso de deterioro.
Bajo la alfombra
La cuestión está en mirar debajo de la alfombra para ver qué cosas se han estado ocultando. Entre lo que no se quiere ver está la imprevisibilidad que -en general- caracteriza a la actividad agrícola, al menos en la provincia de Mendoza. Al margen de las políticas de Gobierno (que pueden pesar, y mucho, a favor o en contra del negocio) hay condiciones del clima, de la naturaleza propia de las actividades y de mercado, que determinan esa caracterización.
Es que, a los problemas de granizo y heladas se suma el hecho que las producciones de Mendoza demandan mucha inversión y mano de obra; que los empresarios del sector (se incluye en el concepto a los productores, aparte de empacadores e industriales) no deciden sobre el costo de ninguno de los factores de producción; y que no son formadores de precios en los mercados (particularmente en el exterior).
Y algo más: no está lo suficientemente internalizado, en muchos casos, el concepto de integración entre los que tienen la materia prima y aquellos que han logrado armar el circuito comercial para llegar a los más atractivos segmentos del mercado.
Estos factores terminan conformando una ecuación que no cierra. Es que, con explotaciones que en un quinquenio pueden dejar en promedio un año bueno por dos malos y otros dos neutros, no hay actividad sustentable.
Porque no hay margen de rentabilidad suficiente para reinvertir; y se trata de actividades que necesitan fuertes inversiones. Está claro que la imprevisibilidad y la atomización no son buenas compañeras de actividades que requieren aplicación intensiva de capital y mano de obra.
Los andesonline