La arroba de carne se pagaba a primera hora tres reales. Como no había forma de conservarla, con el correr del día el precio iba bajando y al final poco menos que se regalaba. Otras carnes eran carísimas. La arroba de cordero cotizaba a seis reales. La verdura también andaba por las nubes: un repollo podía valer un real. La carne se comía asada en trozos, en guisos o en estofados, y se la despostaba con cuchillos, hachas y sierras. ¿Mollejas y chinchulines? De ninguna manera. Las achuras se consideraban un desperdicio y se tiraban. Sólo los más pobres comían, en caso de necesidad, el hígado o el mondongo. En algunas casas se hacían embutidos de carne de vaca y se los ahumaba para conserva, pero los chorizos de cerdo eran poco habituales porque no había mucho ganado porcino.
Otros platos típicos de la época eran el matambre, el puchero, la carbonada, el locro y la humita. Los dos últimos eran originarios de las provincias del Norte, pero se ganaron rápidamente el favor de los porteños. Un banquete especial podía tener hasta siete platos con distintas variedades de carnes rojas, conejo, pescado de río y aves de corral (pollo y también pavo y faisán), acompañadas de papa, arroz y verduras, con profusión de frutas, postres y café. ?
Fuente: el liberal.com.ar