En la selva misionera, en el Inta Cerro Azul, funciona un banco de germoplasma que se ocupa de reunir e investigar las diversas variantes de la también llamada yuca. Martín Domínguez, su director, logró registrar la primera variedad del país.
“Soy una especie de coleccionista", se describe Martín Domínguez, profesional del Inta Cerro Azul, que está enclavado sobre tierras furiosamente coloradas y protegido por el intenso verde de la selva misionera. Su catálogo ya cuenta con 44 piezas, pero él piensa llegar hasta 110 o 130. Domínguez, que desde hace una década trabaja en el lugar, es un “coleccionista de mandiocas”.
Hace unos años Domínguez ni soñaba con que iba a dedicar parte de su vida a semejante faena: buscar mandiocas y clasificarlas cual esforzado filatelista. Nacido hace 45 años en San Antonio de Areco, este científico llegó a Misiones casi de casualidad: era el único lugar del país donde, en aquel entonces, se podía estudiar genética. Con ese título bajo el brazo ahora dirige el banco de germoplasma de la sede del Inta. La yerba y el té son los principales cultivos de la región pero la mandioca está ahí desde siempre: es parte de la dieta y del paisaje.
“Es cierto: colecciono diferentes variedades de mandioca y además coordino un módulo de cultivares en todo el NEA. Hacemos evaluaciones en Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones. Esta es la región de la mandioca, aunque ahora hay gente que está queriendo llevarla para Salta y Jujuy”, relata el profesional.
Con su equipo (Diego Guerrero y Rafael Feltan), el genetista del Inta acaba de lograr un hito: inscribió en el Registro Nacional de Cultivares la primera variedad argentina de esta especie, un arbusto originario de zonas tropicales americanas que se extendió luego a todo el mundo. Esta primera mandioca con DNI lleva curiosamente como nombre “Paraguaya Cerro Azul”. Domínguez explica: “Ese era el nombre local y nosotros lo respetamos”.
Ahí está el valor del trabajo de Martín. Desde hace añares las variedades de mandioca cambian de nombre según quién y dónde se implanten. “Los misioneros te dicen ‘planto la coloradita’, que es muy común, pero en Chaco a la misma variedad la llaman ‘palomita’ y en Corrientes ‘hoja ancha’. Hay mucha disparidad y nosotros como Inta no podemos hacer una trazabilidad de los cultivos, y mucho menos una recomendación, si no los ordenamos antes”, argumenta Domínguez, quien clasifica variedades mientras va realizando ensayos a campo para identificar sus virtudes. La que inscribió en el Inase, por ejemplo, tiene una gran tolerancia a una bacteria que ataca las raí ces y las pudre.
La colección de mandiocas de Cerro Azul tiene 44 variedades claramente identificadas. Pronto se enriquecerá con otras que llegarán desde el Inta Castelar, donde las plantas se conservan en tubitos, in vitro. “Yo estimo que una vez que termine de hacer la colecta tendremos entre 110 y 130 variedades”, calcula el científico. ¿Es mucho? Casi nada. En Colombia existe un centro de estudios de cultivos tropicales que llegó a reunir 7.300 variedades de todas partes del mundo. Allá a la mandioca la llaman yuca.
La mandioca es básicamente un cultivo de autoconsumo para la mayor parte de los 20 mil colonos de Misiones. Pero además existen cooperativas y empresas, que se dedican a industrializarla y producen el almidón, que exigen calidad al productor. Allí es donde radica la importancia de contar con una paleta bien estudiada. “La mandioca tiene infinidad de posibilidades y, aunque acá no se le presta demasiada atención, en el mundo hay cerca de 1.000 millones de personas que sobreviven gracias a ella”, se entusiasma Domínguez. En fresco, compite en todos los platos con la papa. Como almidón, nos ofrece el chipá y es usada en múltiples industrias.
Fuente: Telam