No es sencillo imaginar el alcance de un descubrimiento científico. En verdad, sólo los especialistas pueden apreciar con justeza lo que un hallazgo de laboratorio permite en un futuro cercano, el tipo de desarrollos que luego solucionarán problemas como la producción de alimentos para la población mundial.
Pero vayamos al hecho en sí: científicos de la Universidad de Purdue, en West Lafayette, Estados Unidos, lograron secuenciar el genoma de la soja, por lo que ésta es la primera legumbre en ser «transcrita». El lunes pasado, la revista Nature hizo público el trabajo de los investigadores coordinados por el doctor Scott Jackson, nada menos que el ordenamiento completo de 46.430 genes que sintetizan proteínas, lo que significa un 70% más que la planta arabidopsis (una especie de yuyo cuyo genoma fue secuenciado a fines de 2000 y que es considerado un organismo modelo pues a partir de él los genetistas aprendieron cómo proteger al trigo de las plagas y cómo madurar los tomates).
El estudio servirá de base para obtener el mapeo genético -una fotografía de la estructura íntima, digamos- de más de 20.000 especies de legumbres y oleaginosas. Sin duda, este avance contribuye a la comprensión de la manera en que las plantas funcionan, es decir, a partir del mapeo se puede determinar cuáles de sus genes son los responsables de la conversión del dióxido de carbono, del agua, de la luz, del nitrógeno y de ciertos minerales, en energía, proteínas y nutrientes para consumo humano y animal.
Las derivaciones científicas parecen multiplicarse mucho más. «Saber dónde están ubicados los genes, qué funciones cumplen y qué proteínas sintetizan permite luego provocar la expresión de genes favorables (potenciar su capacidad adaptativa, su nivel de producción o su resistencia a heladas o sequías) así como silenciar los genes desfavorables (hacer desaparecer la susceptibilidad a enfermedades, por ejemplo)», detalla Julio Ferrarotti, especialista en mejoramiento vegetal y en biotecnología, y miembro del comité ejecutivo de Acsoja.
No estamos tan lejos de resolver -intervención genética mediante- la vulnerabilidad a la roya, que en ciertas áreas provoca la pérdida de buena parte de la cosecha de soja. También se especula con que a partir de esta conquista científica se podrán reducir los residuos de las industrias porcinas y avícolas, que utilizan a la oleaginosa como insumo.
Soluciones ingeniosas
A través del conocimiento del genoma, en el futuro, otros seres vivos destinados al consumo pueden prestar un servicio muy importante a la desafíos como la ampliación de la oferta de alimentos, analiza el especialista. Se refiere a la necesidad que la humanidad tiene de obtener mayores cosechas sin abrir nuevos espacios de siembra, es decir, sin poner en riesgo áreas frágiles desde un punto de vista ambiental o mediante la tala de bosques nativos. El reto ahora será lograr la estructuración del genoma del maíz, del trigo, del arroz, de la papa, del trigo, el sorgo, de pollos y pescados, en los que se basa la alimentación humana a escala mundial.
Cabe agregar que la actual producción global de soja es de 253,38 millones toneladas, aunque está lejos de alcanzar el volumen que representan el maíz (796,45 millones de toneladas) y el trigo (676,13 millones de toneladas), según datos actuales del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.
El valor de la oleaginosa se halla, por cierto, en su contenido proteico y de ácido leico, aunque también en su capacidad de fijar el nitrógeno de la atmósfera y en la posibilidad de ser utilizada para la elaboración de biocombustibles.
El avance de la ciencia y la tecnología, recuerda Ferrarotti, significa, en determinado tiempo -lo que demora la secuencia investigación básica-aplicaciones concretas-, menores costos y mayor acceso; en este caso, ampliación de las posibilidades productivas y seguridad alimentaria para una población que en 2050 rondará entre 7900 y 10.900 millones de personas, según cálculos de las Naciones Unidas.
Por Analía H. Testa
De la Redacción de LA NACION