Hoy, está demostrado que con el monocultivo no es posible vivir de la chacra. En este contexto la mejor alternativa para contener a esas familias en el sector rural es propiciar la diversificación, con actividades productivas de alto rendimiento en pequeña escala, como la horticultura, la cría de pollos para carne y huevos, o de cerdos. A nivel país, el panorama también es favorecedor; el avance de los cultivos industriales como la soja extendió las fronteras productivas hacia las provincias del Norte permitiendo el desarrollo de la ganadería, por ejemplo, que con incorporación de tecnología y genética significa una alternativa más que interesante.
En ese contexto, sólo había que trazarse objetivos claros y posibles de llevarlos a la práctica, y generar un esquema de trabajo que permitiera acentuar el equilibrio en la distribución de los recursos, que incentivara al productor a sumarse a un gran objetivo: la soberanía alimentaria.
Así se gestó el Proalimentos, un programa que se puso en marcha en 2008 y que busca capitalizar al agricultor misionero dotándolo de la infraestructura necesaria para producir alimentos. Por lo general, el productor no tenía posibilidad de acceder a ayudas crediticias a través de las vías tradicionales; en cambio, con esta política se trabaja garantizando el acceso al financiamiento, y la devolución del crédito, con períodos de gracia para el inicio del pago, acorde a los tiempos de cada actividad productiva, y con la característica fundamental de ser a “valor producto”.
De esta manera fortalecemos un sistema de inclusión, con sectores que por largos años no tuvieron acceso a los planes de crédito, debido a las altas tasas de la banca tradicional. Al mismo tiempo, fortificamos el empleo en las zonas rurales, favoreciendo la inclusión social a partir del trabajo digno.
La meta trazada es clara y realizable: producir alimentos misioneros a gran escala para lograr el autoabastecimiento provincial en primera instancia y, por qué no, pensar más allá de nuestra frontera, en un futuro próximo. El trabajo diario de los colonos, el acompañamiento en campo de los técnicos especializados en cada actividad productiva y el aporte del estado provincial generando y distribuyendo recursos económicos, son los ejes en los que se basa el proyecto.
Sabemos que el camino por recorrer es largo, pero en estos dos años los números certifican que el trayecto escogido es el correcto. En el 2008 sólo el 17% de los ingresos al Mercado Central de Misiones provenían de nuestras chacras. Hoy ya estamos superando el 35% con estacionalidades que llegan al 45% de la producción netamente misionera. Una de las claves del éxito del programa radica en haber determinado que la inversión fundiaria era un requisito indispensable para lograr buenos resultados.
En ese marco, ya se destinaron unos $40 millones al sector productivo integrado por más de 3.000 pequeñas familias. El apoyo es estratégico ya que se diseñaron planes específicos de créditos y subsidios adecuados a las necesidades de cada área.
En el 2010 volvemos a destinar un fuerte respaldo a las chacras misioneras, financiando nuevos proyectos por un monto global de $50 millones, beneficiando a más de 6.000 familias.
Buscamos fortalecer todas las cadenas productivas, desde las tradicionales, como la ganadería, hasta las incipientes, como la piscicultura, la cunicultura y la apicultura.
Tenemos un camino largo por recorrer, un amplio margen para crecer y lo fundamental: contamos con el potencial y las condiciones necesarias para alcanzar el objetivo: la soberanía alimentaria.