La elección de la base no es casual, puesto que, como señala el también catedrático de Producción Vegetal, «que se sepa no hay ninguna variedad incompatible» que se injerte en el plantón para producir la fruta. A pesar de ello, esto debe ser verificado en el campo durante los próximos cinco años, debido a las modificaciones genéticas que se han producido en las semillas para mejorar su resistencia.
Ha sido mediante la radiación aplicada con rayos gamma como se ha conseguido que estas semillas y sus posteriores plantones soporten mejor altos índices de salinidad y de escasez de agua. Para ello se inició el proceso con una bomba de cobalto con la que el Consorcio Hospitalario Provincial de Castellón trata de curar a los enfermos de cáncer. Aunque el alto índice de radioactividad que mostraban estas semillas hizo que se descartasen, la experiencia sirvió para el proceso que se continuó después con un acelerador de electrones.
Mediante esta técnica, los diez investigadores que han conformado durante cinco años el proyecto encabezado por Gómez y Rosa Pérez han logrado introducir variaciones genéticas a las semillas que de otra manera hubieran tardado varios siglos, ya que en cada sesión se multiplicaba por 10 la acumulación de mutaciones que se producen de forma natural en los cítricos.
Así, de las 50.000 semillas iniciales se ha logrado conservar 15 genotipos que, tras resistir los altos índices de salinidad del laboratorio se han convertido en plantas. Tras el invernadero, queda el último paso: el huerto. La previsión es que en cinco años se puedan comercializar estos plantones que, como dice Gómez, pueden aportar «mayor calidad» a las cosechas, ya que resisten mejor la salinidad de los pozos (el 30% tienen altos índices) «y pueden salvar la cosecha y el árbol» en épocas de sequía como las que se esperan.
Fuente: El Periódico Mediterráneo