Hace casi cuatro siglos, los embajadores rusos trajeron de Mongolia al zar Mijaíl Fiodorovich un exótico regalo, cuatro libras de hojas de té.
Natalia Pavlova, comisaria de la exposición, narra la historia de la aparición del té en
La aprobación unánime dictó la moda de la nueva bebida. Una libra de té se equiparaba en valor a cincuenta kilos de caviar rojo y, debido a la escasez, durante mucho tiempo no se permitía a gran parte de la población de Rusia. No en vano se decía: “deleitarse en el té”. Pero poco a poco el té suplantó al kvas, el aloja y el kisel: lo comenzó a tomar cada familia.
“En siberia se tomaba té en tabletas. Había variedades de té verde y negro en tabletas. Se usaban distintas mermeladas, hiervas, hojas, les encantaba beber té con miel”, – explica tatiana Erofeieva, del Museo Estatal de Historia de Omsk.
El té se bebía mordiendo y chupando un terrón de azúcar, y obligatoriamente del samovar, lo cual era símbolo de riqueza. El samovar más sencillo del siglo XVIII costaba unos treinta rublos, seis veces más caro que comprar una vaca. Los primeros samovares eran manuales y cada uno tenía nombre. “egoíst”, “bulotka”, “cara a cara”. Y apenas cuando el asunto del samovar llegó a las capas bajas, los bisabuelos de las teteras eléctricas aparecieron en todas las casas.
Tras beber diez vasos de té, el visitante de una tetería o posada tiró el vaso de lado. Esto era únicamente un respiro. Sólo el vaso volcado boca arriba y el trocito de azúcar que quedaba en él significaron el fin del té.
Los empleados del museo de Omsk invitan a los visitantes a intentar encender un samovar y beber una taza de aromático té. A semejante invitación nadie se niega. No en vano se dice popularmente: “Allá donde haya té, hay paraíso”.